El tema es ampliado y profundizado en el libro
El poder de la estupidez
(junio 2010)


Kali

El Poder de la Estupidez

Por Giancarlo Livraghi
gian@gandalf.it
junio 1996

Traducción al Castellano de Luis Cruz Kuri
marzo 1998

Revisión y actualización febrero 2007
(Traducción de Marco Livraghi y Maria Rosa Sorribas Molina)

available also in English
disponibile anche in italiano


The Power of Stupidity había sido escrito en Inglés en 1996, para un sitio online americano, que me había pedido algunas observaciones sobre el tema de la estupidez humana. Fui agradablemente sorprendido cuando, en 1998, fue traducido al Castellano.

Esta versión ha sido un poco modificada, también en relación a varios textos sucesivos sobre el mismo argumento (ver índice). Pero la sustancia es esencialmente la misma.



Siempre me ha fascinado la Estupidez.

La mía, por supuesto; y eso es una causa suficientemente grande de ansiedad.

Pero las cosas se vuelven mucho peores cuando uno tiene la oportunidad de encontrar como la “gente grande” toma decisiones “grandes”.

Generalmente tendemos a culpar a la perversidad intencional, a la malicia astuta, la megalomanía, etc. de las malas decisiones. Están allí, por supuesto; pero cualquier estudio cuidadoso de la historia, o de los eventos actuales, lleva a la invariable conclusión que la fuente más grande de los terribles errores es la pura estupidez. Cuando se combina con otros factores (como sucede a menudo) los resultados pueden ser devastadores.

Es un fenómeno conocido. Una de las maneras en que está resumido el dichoso Navaja de Hanlon: «No atribuyas a maldad intencionada lo que puede ser adecuadamente explicado como estupidez». El concepto ha sido recalcado por Robert Heinlein en una frase aún más simple: «No subestimes nuncael poder de la estupidez humana.»

El origen de Hanlon’s Razor es algo misteriosa. Se considera un corolario a la dichosa “ley de Finagle” (Finagle’s Law of Dynamic Negatives) que se parece a la conocida “ley de Murphy”. Se inspira al clásico “Navaja de Occam” (y es igual de tajante). No se da a conocer ningún autor llamado Hanlon – es probablemente una variación fonética de Robert Heinlein, que había hecho esa consideración en su novela Logic of Empire (1941).

Cuando la estupidez se combina con otros factores (como sucede a menudo) el efecto puede ser devastador.

Otra cosa que me sorprende (¿o no?) es el escaso material dedicado al estudio de un tema tan importante. Existen departamentos universitarios para analizar las complejidades matemáticas de los movimientos de las hormigas del Amazonas, o la historia medieval de la isla de Perima; pero nunca he sabido de una cátedra de estupidología.

He encontrado muy pocos libros buenos sobre el tema. Entre ellos tres que merecen, en particular ser citados.

Uno que leí cuando era adolescente, y que nunca olvidé, se llama A Short Intrduction tothe History of Human Stupidity de Walter B. Pitkin de la Universidad de Columbia, publicado en 1934. Lo encontré por accidente hace muchos años en un estante de viejos libros y, por fortuna, todavía tengo.

Así de antiguo como es, todavía es un muy buen libro. Algunas de las observaciones del Profesor Pitkin aparecen extraordinariamente correctas setenta años después.

Pero... ¿porqué llamaría el autor “una breve introducción” a un libro de 300 páginas?

Al final del libro, dice: «Epílogo: ahora estamos listos para empezar a estudiar la Historia de la Estupidez». Nada sigue.

El Profesor Pitkin fué un hombre muy sensato. Sabía que toda una vida era muy poco tiempo para cubrir aún un fragmento de tan vasto tema. Así que publicó la Introducción, y eso fué todo.

Pitkin estaba muy consciente de la carencia de trabajos previos en el campo. El tenía a su disposición un equipo de investigadores a quienes puso a realizar pesquisas en los archivos de la Biblioteca Central de Nueva York. Encontraron solamente dos libros sobre la materia: Über Dummheit de Leopold Loewenfeld (1909) y Aus der Geschite der menschlichen Dummheit de Max Kemmerich (1912).

Evidentemente existen muchos otros libros y documentos
en los que se habla, de una manera o de otra, de estupidez.
Pero pocos en los que se intenta un encuadramiento sistemático
del problema para encontrar sus mecanismosy sus efectos.
En el curso de los años, para una información más completa,
he recopilado una pequeña bibliografía (en Italiano) sobre el argumento.
 

En la opinión de Pitkin, cuatro de cada cinco gentes son lo suficientemente estúpidos para ser llamados “estúpidos”. Eso equivaldría a mil quinientos millones de gentes cuando escribió el libro; ahora son más de cinco mil millones. Esto por si mismo es bastante estúpido.

El observó que uno de los problemas de la estupidez es que nadie tiene una definición realmente buena de lo que es. De hecho los genios son a menudo considerados estúpidos por una mayoría estúpida (aunque nadie tiene tampoco una buena definición de genio). Pero la estupidez definitivamente se encuentra allí, y hay mucho más de lo que nuestras pesadillas mas desbordadas pudieran sugerir. De hecho domina al mundo – lo cual es muy claramente comprobado por la forma en que se gobierna al mundo.

Pero alguien, cincuenta años después, llegó con una definición bastante interesante. Su nombre es Carlo M. Cipolla, Profesor Emérito de Historia Económica en Berkeley.

Sus libros están en Inglés – y sólo algunos en Italiano y otros idiomas. Uno de estos, Allegro ma non troppo, fue publicado por Il Mulino en Bolonia en 1988 (traducción de Anna Parish). Hay también una edición castellana publicada por Crítica en Barcelona en 2001 (traducción de María Pons).

En ese libro hay un pequeño ensayo intitulado Las leyes fundamentales de la estupidez humana. Uno de los meiores textos que se ha escrito sobre la materia.

Las “leyes de Cipolla” son conocidas y citadas también en otros contextos. No me parece necesario reproducirlas ni resumirlas. A quien no las conociera, aconsejo leer su texto (que, como otras obras del mismo autor, une la seriedad del análisis a una agradable vena de humor). Me limito aquí a algunos comentarios.

Se trata en parte de cosas ya conocidas. Por ejemplo un hecho relevado también por otros autores (ver el ya citado “Navaja de Hanlon”) y por casi todas las personas que han tenido ocasión de razonar sobre el argumento:siempre se tiende a “subestimar el número de estúpidos en circulación”.

Cada uno de nosotros puede comprobarlo cada día: por conscientes que podemos ser del poder de la estupidez, somos a menudo sorprendidos por su manifestarse donde y cuando menos nos lo esperamos.

Esto tiene dos consecuencias, también evidentes en cualquier análisis coherente del problema. Una es que se subestiman a menudo los perniciosos efectos de la estupidez. La otra es que por ser imprevisibles, los comportamientos estúpidos son aún mas peligrosos que los conscientemente malvados.

Lo que falta en un análisis así (como también en el caso de Wakter Pitkin y de otros autores que han estudiado el argumento, es una valoración de nuestra estupidez – o de toda manera de la componente de estupidez que existe también en las personas inteligentes.

Sobre esto vamos a volver más adelante – pero mientras tanto querría relevar que el problema de la estupidez presente en cada uno de nosotros, por lo general ignorado y subestimado, es correctamente valorado en el interesante libro Understanding Stupidity de James Welles, cuya primera edición es de 1986 (ampliada y profundizada en los años siguientes).

Tengo que confesar que (mea culpa) cuando había escrito la primera versión de este artículo todavía no conocía el trabajo de James Welles. Ahora puedo decir que el mejor libro entre todos los que he leído sobre el argumento. El más completo por amplitud y profundidad. Me he alegrado en constatar que, en muchas cosas, los razonamientos de Welles confirman lo que ya había escrito y publicado sobre el poder de la estupidez.

Uno de los méritos del ensayo de Carlo Cipolla (como del libro de James Welles) es reconocer el hecho que la estupidez de una persona “es independiente de cualquier otra característica de la misma persona”.

Este es un punto fundamental, que contradice opiniones difundidas, pero que es confirmado por cualquier atenta verificación sobre el tema. No es sólo o banalmente politically correct, sino que substancialmente verdadero, que ninguna categoría humana es más inteligente o más estúpida que otra.

No hay ninguna diferencia en el nivel o en la frecuencia de la estupidez por genero, sexo, raza, color, etnia, cultura, nivel escolar etcétera.

(La ignorancia puede ser influenciada por la estupidez, y viceversa, pero no son la misma cosa. Ver a este propósito Tre sorelle della stupidità – de momento disponible sólo en Italiano y en Inglés).

Hay un criterio, de la teoría de Cipolla, que he adoptado como método en algunos de mis análisis. Es definido en lo que él llama “tercera ley fundamental (ley de oro)”. «Una persona estupida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio».

Una importante ventaja de este concepto es que evita el difícil problema de definir en teoría lo que es la estupidez (o la inteligencia) mientras valora su relevancia en relación a los efectos prácticos.

Es evidente que, en base a este criterio, se pueden definir distintas categorías de comportamiento.

Obviamente a los dos extremos están la personas que obtienen ventajas para si y para los demás (y por esto “inteligentes”) y al otro las que hacen daño a los demás y también a si mismas (por esto “estúpidas”). Está claro también que hay dos categorías “intermedias”. Una que causa daño a los demás con ventaja para sí (Cipolla los define “malvados”) y la otra que hace daño a si misma con ventaja para los demás. Para esta última categoría, la definición “incautos” (o “desprovecídos”) es discutible. Puede ser razonable hasta que nos limitamos a las valoraciones de la economía “clásica”. Pero puede ser equivocada cuando se trata de personas que conscientemente se sacrifican para el bien de los demás – como veremos un poco más adelante.

Es obvio que conceptos cómo estos pueden ser encuadrados con las clásicas “coordenadas cartesianas”.


grafico

No se porque la regla (o el uso) es de numerar los “cuadrantes”
de I a IV en sentido contrario a las agujas del reloj.
Pero si así quieren las matemáticas, así sea.


Si en las abscisas (eje X) ponemos la ventaja (o desventaja) que alguien obtiene con sus propias acciones, y en las ordenadas (eje Y) el beneficio (o daño) a los demás, cada uno de nosotros puede definir, según las consecuencias prácticas de un comportamiento, donde se coloca una persona o un grupo de personas – por lo general o en una particular circunstancia. Es evidente que los comportamientos colocados en el “primer cuadrante” (arriba a la derecha) están a varios niveles de “inteligencia”, mientras que en el “tercer cuadrante” (abajo a la izquierda) se trata de estupidez.

Es igual de obvio que en el cuarto cuadrante (abajo a la derecha) se pueden colocar distintos niveles de “maldad”. Mientras que los del segundo (arriba a la izquierda) pueden requerir interpretaciones más complejas. (Este es uno de los punto en los que mi interpretación difiere, en parte, de la de Carlo Cipolla – de otro, más general, hablaremos en las conclusiones de este artículo).

Puede tratarse de “incautos” o “desprovecídos” cuando inconscientemente hacen daño a si mismos y a los demás. Pero la misma colocación puede pertenecer a comportamientos generosos o “altruistas”. En este caso el análisis puede proceder de dos maneras. Puede tener en cuenta las ventajas morales y sociales – y así colocar esos comportamientos en el área de la inteligencia. O dejar que se encuentren a la izquierda del eje “Y”, pero usar una definición distinta de “incautos”.

Sin entrar en detalles, que pueden ser complejos, de análisis como estas, el hecho es que las valoraciones de los efectos de varios comportamientos se pueden hacer en escala individual (relaciones entre dos personas) o sobre una base más extensa, referida a “grandes” sistemas (naciones, comunidades internacionales o también la humanidad en general) o en ámbitos más restringidos (situaciones locales, empresas, asociaciones, grupos organizados o espontáneos, agregaciones humanas de cualquier especie, naturaleza y dimensión).

El sistema, en su totalidad, puede progresar o regresar por una combinación de comportamientos de varios tipos, no todos y no siempre “altruistas”. Pero es claro que el máximo beneficio colectivo se obtiene con acciones “inteligentes” – y el máximo daño con las “estúpidas”. En otras palabras, si cada uno cuida demasiado su interés particular, descuidando los efectos de sus acciones sobre los demás, hay una degradación general de la sociedad en su complejo – y así aún quien creía ser “listo” se revela estúpido. Pero a menudo sucede que esta constatación tenga lugar cuando es demasiado tarde para poder arreglar las cosas.

Esto confirma la premisa fundamental: el factor de mayor daño en cualquier sociedad humana es la estupidez.

Naturalmente se crean particulares, y a menudo dramáticas, consecuencias cuando hay un desequilibrio entra causa y efecto. Como en es caso en que las acciones de pocos influyen en la condición de muchos. Para cualquier ulterior observación sobre este tema ver La estupidez del poder.




En el uso de estas coordenadas hay algunas diferencias entre el método propuesto por Carlo Cipolla y el que estoy siguiendo en estos razonamientos. Son principalmente tres.

  • Las observaciones de Cipolla (como las de Walter Pitkin y de casi todos cuando se ocupan de este argumento) se basan en una hipótesis de separación neta: algunas personas son inteligentes y otras son estúpidas. Como veremos un poco más adelante, estoy convencido de que casi nadie es totalmente estúpido y (sobre todo) nadie puede iludirse de ser siempre inteligente. Por esto es necesario tener en cuenta la componente de estupidez (como de otras categorías de comportamiento) que está presente en cada uno de nosotros.

  • Los análisis basados en los resultados pueden ser hechos intentando definir por lo general el comportamiento de una persona o limitándose a un particular sistema de circunstancias. Esta segunda solución no se puede descartar, sino que puede ser particularmente interesante para descubrir como la misma persona, en situaciones distintas, pueda tener un comportamiento distintamente clasificable y definible.

  • La más obvia tendencia es, cuando se traza un gráfico de este tipo, de colocar a si mismo en las abscisas (eje X) y algún otro en las ordenadas (eje Y). Pero puede ser muy útil hacer lo contrario: es decir valorar nuestro comportamiento en base a los efectos sobre los demás. La dificultad está en el hecho que, obviamente, la calidad de los resultados debe ser valorada del punto de vista de quien recibe el efecto – pero saber “meterse en el lugar de los demás” siempre es útil, en particular cuando intentamos verificar nuestro nivel de estupidez (o de inteligencia).

Es un hecho universalmente conocido que las gentes inteligentes generalmente saben que lo son, los malvados y los prepotentes también están conscientes de su actitud, y aun las víctimas más débiles y peor informadas tienen una sospecha penetrante de que no todo está bien... pero las gentes estúpidas no saben que son estúpidas – y esta es una razón más por que son extremadamente peligrosos.

Lo cual por supuesto me remite a mi pregunta original y dolorosa: ¿soy estúpido?

He pasado varias pruebas de coeficientes de inteligencia con buenas calificaciones. Desafortunadamente, sé como funcionan estas pruebas y que estas nada demuestran.

Varias gentes me han dicho que soy inteligente. Pero eso tampoco demuestra algo. Estas personas pueden ser tal vez muy consideradas como para decirme la verdad. A la inversa, podrían estar intentando usar mi estupidez para sus propios fines ventajosos. O podrían ser tan estúpidos como yo.

Quedo con un pequeño asomo de esperanza: muy a menudo estoy intensamente consciente de cuan estúpido soy (o he sido). Y esto indica que no soy completamente estúpido.




En algunas ocasiones, he tratado de ubicarme en las coordenadas cartesianas, utilizando lo más que sea posible resultados medibles de acciones, en lugar de opiniones, como un termómetro. Dependiendo de la situación, parece que deambulo en la parte alta del gráfico (por encima del eje X) a veces en el cuadrante derecho, es decir con un nivel variamente “bajo” o “alto” de inteligencia – pero en algunos casos quedo desesperadamente perdido en el de la izquierda, es decir entre los que aventajan los demás con daño propio. Espero ser “útil a los demás” tantas veces como me parece. Pero se que no equivocarse es imposible – y que nunca se acaba de aprender.

Por lo general, parece lógico esperarse que los factores más fuertes de éxito se encuentren en el primer o en el cuarto cuadrante de las coordenadas, es decir en los sectores a la derecha del eje Y. Pero el número impresionante de personas que se colocan al otro lado, y sin embargo han tenido maravillosas carreras, solamente puede ser explicado por un fuerte deseo por parte de muchos líderes de estar rodeados de tantas gentes estúpidas como sea posible.




Poco después de haber leído su libro, le escribí una carta a Carlo Cipolla. (Solamente he hecho este tipo de cosa dos veces en mi vida).

Muy para mi sorpresa, me contestó, breve pero amablemente.

Le había preguntado: «¿Que piensa de mi “corolario” a su teoría?»

La respuesta fué, «Bien... ¿porqué no? tal vez...» – que creo poder interpretar como confirmación y aprobación del

Corolario de Livraghi a la Primera Ley de Cipolla:

En cada uno de nosotros hay un factor de estupidez,
que siempre es más grande de lo que suponemos

Este “corolario” (como los dos otros – ver “segunda parte”) no es necesariamente conectado a un autor particular. Podría, por ejemplo, referirse a la “Navaja de Hanlon” o a la “Ley de Finagle” como a cada consideración general sobre la omnipresencia de la estupidez y sobre el hecho de que es a menudo, si no siempre, más difundida y más peligrosa de lo previsto.
 

Esto crea una malla tridimensional y no pienso que deba llevarlo a usted por los pasos que hay que dar, porque ninguna persona que sea estúpida (o tímida) tendría el coraje de leer hasta este punto.

Por supuesto, además de nuestra estupidez y de la de los demás, uno puede introducir otras variables, tales como nuestros distintos factores de comportamiento y la manera en que se combinan con los de otras personas. Puede ser sensato olvidarse del factor “inteligencia”, porque nunca es suficiente. Pero no deberíamos descuidar de los valores del “cuarto cuadrante”, porque aun la más generosa de las gentes puede comportarse algunas veces como un “malvado”, si bien tan solo por error.

Estos factores adicionales generan modelos multidimensionales que pueden resultar algo difíciles de manejar. Pero aun si solamente consideramos nuestros valores individuales de estupidez, la complejidad puede ser bastante formidable.

Inténtelo usted... y asústese de verdad.


Vea la segunda parte de El Poder de la Estupidez
 
y la tercera parte La Estupidez del Poder



La edición española del ensayo de Carlo Cipolla
sobre la estupidez se publicó en 2001.

El texto original inglés,
escrito en los años ’70, había circulado
sólo en fotocopia entre “pocos amigos”.
Luego había sido publicado
por la Whole Earth Review en 1987.

Parecía imposible de encontrar – hasta que, en 2002,
se descubrió que había quedado disponible online.

Pero ahora, por voluntad de los titulares
del “derecho de autor” ya no está
permitido ponerlo a disposición en la red.

(Es una lástima que así ese texto se haya
quedado otra vez imposible de encontrar.
Pero esa, lastimadamente, es la ley).



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